15O
Voy a empezar a escribir, después de mi re-presentación de ayer, sobre la manifestación del 15O. Asistí con mi hijo Diego de dos años y casi 4 meses y con mi señora esposa (a partir de ahora la vamos a llamar Ana que lo de esposa suena a detención policial).
Llegamos un poco tarde, en primer lugar sólo Diego y yo, y nos incorporamos a la altura de la Caja de ahorros en la Calle Triana. El camino hacia la Plaza de Santa Ana ya fue extraño puesto que el hecho de llegar tarde me impidió encontrarme con otras personas que iban hacia el inicio de la marcha. Este hecho me hizo anticipar un fracaso en la convocatoria, muy mío lo de ponerme en lo peor, y la sensación se acentuó cuando al tener visión directa con dicha Plaza pude comprobar que no había nadie.
Estaba claro que era porque ya habían salido, pero no había escuchado nada durante el camino y en teoría había ido en paralelo al recorrido de la marcha, lo que debería haberme hecho escuchar el tumulto. Torcimos al llegar al edificio de la biblioteca del Cabildo y la sorpresa fue que lo que se escuchaba de fondo eran las televisiones retransmitiendo el partido del Real Madrid. Fracaso pensé, otra vez mi optimismo, se ha quedado todo el mundo en casa viendo el fútbol o pasando el sofoco en la playa.
Pero no, mientras guiñaba los ojos para intentar ver el resultado del partido pude escuchar el murmullo de la marcha, creo que es porque se produce un equilibrio entre mis deficientes sentidos y cuando guiño los ojos escucho algo mejor. El caso es que Diego y yo llegamos para ver pasar la cabecera y después de unos minutos encontré un claro lo suficientemente amplio como para poder entrar con el carro. El niño, muy prudente siempre y con un alto sentido de la autoprotección, iba erguido en la silla como en posición de alerta sin tocar con la espalda en el respaldo mirando a todos lados buscando, como no, a su madre, porque aquel ruido y aquellos silbatos le estaban desconcertando, yo tampoco me encontré cómodo dentro de la gente porque los gritos sin coordinación y los pitidos me estaban volviendo loco. Así las cosas, diez minutos y tres parones después me salí de la masa para intentar calmar al niño y buscar algo de silencio. Al cogerlo en brazos me di cuenta de que la cosa no iba bien así que opté por mantenerme al margen de la marcha y esto me permitió mirar las caras de aquellos que no participaban de la convocatoria, sino que habían sido atropellados en su tarde de sábado por un jaleo que no les debería ser ajeno pero que sin embargo, por sus caras, era totalmente desconocido.
Algunos padres pijos de niños que comparten educación con mi hijo se unían a la algarabía como el que insulta a un árbitro en un partido de fútbol, los señores mayores hacedores de sudokus seguían a lo suyo sentados en los bancos de la calle, algunas señoras miraban con simpatía a los portadores de pancartas y, en algunas ocasiones, las dependientas de las zapaterías salían a gritar algún eslogan de la manifestación. Tomé como referencia la pancarta verde de ATTAC Las Palmas y continué mirando a mi alrededor sin centrarme en los gritos ni en los pitidos, cosa que siempre me ha resultado necesaria pero que no puedo compartir por un pudor absurdo. Lo siento, no puedo gritar en la calle, ni mear, ni silbar.
Encontramos amigos en el recorrido con los que avanzamos distintos tramos pero seguía con la mirada perdida en los márgenes de la manifestación. La jodimos. Siempre tengo que encontrarme con cosas que me afectan y en este caso no fue menos. Primero una familia de padre y madre de cuarenta y pocos con niña de unos 5 años, todos monísimos, luciendo cocodrilos en las solapas intentando avanzar en contra del sentido de la manifestación insultaban a los marchantes despreciando no solo el sentido mismo, sino a las personas que se mueven por él. Los insultos abarcaban a nuestras madres y hacían mención al intercambio de flujos, el caso es que por aquellas cosas del destino me encontré de frente con el susodicho justo en el momento en el que estaba soltando entre dientes no sé qué sobre mi puta madre y su confortable morada. Vamos que me dijo que me fuera a la casa de mi puta madre y que le dejase pasar a él y a sus cojones y que me quitase de enmedio. Justo en ese momento yo estaba cogiendo a Diego para cruzar una calle (porque como os he dicho iba por la acera y no por la calzada como el resto de la manifestación y hay que mirar a los lados). No le contesté, cosa bastante rara en mí, aunque cada vez más habitual a mi pesar. No anduve rápido y me quedé con todas las babas del macho alfa en las gafas además de con todos los insultos que el tío me escupió a la cara en escasos dos segundos. Joder, pensé. Qué cabrón, supongo que será de los del otro lado, vamos, de los que se la suda que estemos como estamos y entonces pensé, ¿pero quién se puede considerar al otro lado de esto?
No sé como es un banquero los fines de semana, pero este no tenía pinta de ser el dueño de un banco, si es funcionario también está en la picota, como todos los demás, y se me ocurrió que sería político. ¿pero de qué partido? Estés al lado de la política que estés, cada vez más cercanos todos a la derecha, la verdad es que la manifestación popular debe ser tomada como parte del sentir ciudadano y por tanto el desprecio no creo que quepa en la actitud de una persona normal. vamos que en dos o tres pasos ya había hecho mi juicio de valor y supuse que lo que le pasaba es, simple y llanamente, que era un gilipollas además de un ignorante y que era de los que cree que los periódicos son para envolver pescado.
Seguí entreteniendo al niño al margen de la marcha, corriendo y jugando con otros amigos y su hija de la misma edad de Diego cuando llegamos a la altura del edificio de la sede de la CEOE en Las Palmas. Esto fue lo peor porque en ese momento aparecieron dos chavales de unos 15 años, de esos con aparato en los dientes, gorra ladeada y patines en linea en la mano, él, y aparato en los dientes, vestido ajustado, botas de esquiadora y pelo planchado durante 3 horas, ella. Pues la cara que pusieron al ver la manifestación fue de extrañeza y desprecio mezclados con bajada de morros y mirada al cielo. Vamos, que para mí que pensaron lo siguiente. ¿Y estos parias qué coño hacen aquí ?¿no mancharán, verdad?
En resumen, que lo que más me dolió no fue que el garrulo del principio me escupiese su rencor hacia lo que considerará perroflautas (muy de moda) marginales y pobres inútiles que no tienen nada que ver con él y su estatus profesional y supongo que clase social, sino que me dolió la indiferencia, la falta de la más remota intención de preocupación por parte de los adolescentes, que optaron, ante el desconocimiento manifiesto, por despreciar y descalificar con sendos gestos cómplices un acto conjunto de miles de personas.
Si una marcha como la del pasado 15O no provoca la más mínima curiosidad o preocupación por parte de jóvenes que ya se consideran vacunados contra los problemas, es que estamos haciendo algo mal. No se está sabiendo explicar la situación actual para todos los afectados y no se está haciendo en los medios correctos. No todos los que se van a ver afectados por las consecuencias de las medidas que se están tomando hoy son lectores habituales de prensa, ni se interesan lo más mínimo por las causas de los problemas.
tremendo rollo para comenzar. Supongo que pocos llegaréis a leer esto, y si lo habéis hecho es porque estáis igual de fllipados que yo por haber vuelto a leer algo en esta dirección. Seguramente seréis viejos amigos por eso me permitiré tomarlo como vomitadero terapéutico.
Un abrazo.
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